Marmaris -Tumbas reyes Lidios en Dalyan (Turquía): 07 de Noviembre del 2012
Marmaris
El miércoles llegamos a Marmaris. La primera vez que pisábamos tierra turca. Nada más salir vimos dos buques de guerra alemanes pertenecientes a la OTAN, pasamos la aduana y subimos a nuestro autocar dirección a Dalyan. El recorrido era de una hora y media en autobús, pasamos por bosques de pinos, grandes plantaciones de naranjas y campos de algodón hasta llegar a una parada técnica para aliviar nuestras vejigas. Me acerqué a un chiringuito donde vendían zumos de granada de color cereza intenso. “Sí, sí, ya se que tiene propiedades fabulosas contra los radicales libres” me dije, para convencerme con argumentos y poder probarlo. Así que pedí dos zumos, uno para Carmela y otro para mí. No se porqué a mi chica le entro una manía exagerada al ver como el vendedor cogía la jarra con el pulgar introducido por donde se vierte el jugo. Las pobres uñas estaban de riguroso luto. ¡Que asco!, pensó. Sin embargo yo a ese hecho no le di la menor importancia bebiéndome el mío y el de ella, estaba buenísimo. Nos subimos de nuevo al bus y proseguimos nuestro viaje al pequeño pueblo de Dalyan.
A la llegada nos apeamos y fuimos caminando a un coqueto embarcadero. Después nos acomodamos en un barquito donde comenzamos a navegar serpenteando el río Dalyan. Allí pudimos admirar las antiguas tumbas en la roca de Kaunos, pertenecientes a los reyes Lidios. El recorrido fue corto pero bonito, incluida una carrera con otro embarcación de más peso. Éramos como niños que jugueteaban a ver quien iba más rápido, je, je, je, ¡que pena!, “finalmente nos pasaron”.
Al cabo de un rato llegamos a los baños de fango donde tuvimos tiempo libre para disfrutar en la piscina cubriéndonos todo el cuerpo con lodo y transmutándonos así en aborígenes australianos. Más tarde cuando el barro estaba seco y agrietado, Sonia, Carmela y yo, danzamos como simios con pequeños saltos y gruñidos hasta llegar a las duchas. Esta escena fue grabada fielmente por cámaras de la televisión canadiense. Cristina, Teresa y Josep, se quedaron un poco más. Luego, haciéndoles con la mano la señal de la victoria, nos metimos bajo el agua fría de las duchas para extraer cualquier resto de tierra de los lugares más inaccesibles, como los interiores del bañador. Una vez limpios nos sumergimos en una piscina de agua caliente y sulfurosa, y ya cuando los dedos se nos arrugaban como pasas, decidimos salirnos. He de agradecer desde aquí el soporte técnico brindado por Fernando, que con su copa de vino y su cámara nos animaba sin desaliento.
A la salida nos esperaba un sádico con una manguera de agua helada a presión, desplazándonos veinte centímetros sin piedad. Más tarde, al vestirnos con nuestras ropas, nos tomamos unos vinos tintos que curiosamente no raspaban el paladar, de sabor suave y afrutado.
Manuel