Estambul (Turquía): 09 de Noviembre del 2012
Estambul
Llegamos a Estambul un día terriblemente ventoso que intentaba arrastrarnos de la cubierta del barco.
En la noche anterior, el mar también había estado embravecido, por lo que pasamos el estrecho de Dardanelos y el mar de Mármara avanzando lentamente y llegando una hora y pico después de la prevista. Pero el retraso hizo más esperado el encuentro. Todos andábamos en la proa desafiando el viento mientras nos aproximábamos, presagiando esa visión que durante tantos siglos miles de ojos habrán contemplado, mientras la ciudad, impávida y colosal, sigue su existencia.
La bocina del buque también bramó de forma estruendosa, como dándonos a entender que íbamos a entrar en un epicentro del mundo, capital de dos grandes Imperios: el Bizantino y el Otómano.
Ciudad tan especial que ha tenido tres nombres: Bizancio, Constantinopla y Estambul. Ciudad tan antigua que, fundada por los griegos, fue persa, espartana, ateniense, macedonia, romana, nombrada Nueva Roma por Constantino el Grande, otómana desde la caída de Constantinopla, y, por último, turca desde 1923.
A medida que nos acercábamos, se iban haciendo nítidas las estampas de sus edificios y mezquitas, sus miles de minaretes….. Íbamos enfocando nuestras cámaras y nuestra ilusión. Todo es un gran angular que Manuel abarca con su inseparable cámara de video.
Mientras el barco atraca en una cuidadísima maniobra, quedamos absortos oyendo al unísono los cánticos por megafonía de la “adhan” (llamada a la oración) desde todos los altavoces de sus 3000 mezquitas. Un sonido arcaico y envolvente que se extiende por los tejados y que se dispersa por las colinas hasta el mar… : Tenemos la consciencia de estar en otro mundo. Esto es Oriente.
Visitamos la Basílica de Santa Sofía (Santa Sabiduría). Es imponente. Y de entre todas sus bellezas, nos fijamos en un mosaico bizantino que es un retrato de Jesucristo. Su humana expresión nos conmueve. Parece que va a hablar, a llorar o ambas cosas.
Después cruzamos a la Mezquita Azul. Nos pareció una copia de Santa Sofía pero algo más pequeña, más armoniosa y mejor cuidada. Bellísima.
Allí ya empezó el tema “majalajá”: “quita li zapatos”, “guarda li zapatos”, “poni li zapatos”… Y es que una de las ventajas que tiene Estambul es que “tu ti soma y tu li habla lidioma morito y ti dá la risa mucho y no ti costa lieuro. ¿Tu qui ti cree? Judere !!! “
Luego, caminito, caminito, todo el grupo a “comere” en un sitio VIP. ¿Cuántas posibilidades hay de que te toque una loca con el pelo de punta y morado, que su boca no conozca la posición “off” al lado tuyo en la mesa? ¿Una entre 100.000? Bien, fue mi caso.
Menos mal que mi chico me salva de todas y anduvimos esquivándola con astucia el resto de la jornada….Y con éxito.
Por la tarde, subimos al Palacio Topkapi, residencia de los Sultanes en el Imperio Otómano y cuyas murallas coinciden con una de las tres barreras defensivas con las que contaba Constantinopla. Aunque uno ve solo parte de su esplendoroso pasado se puede llegar a comprender de donde proviene lo que se ha dado en llamar “lujo asiático”. Los tesoros que allí hay están protegidos en cajas fuertes, grandes sistemas de seguridad y soldados con metralletas que te disuaden de intentar sacarles una foto. A pesar de ello, Manuel les robó una instantánea aunque un poco movida, con una mano en alto y su arma en la otra.
Después el Gran Bazar, que es el Gran Laberinto. Sus 5.000 comercios a cubierto, en una singular construcción de callejas y pasadizos llenos de colores y personajes, impresionan. Definitivamente caes en cuenta que estos vendedores llevan ahí mil años haciendo lo mismo, que tal vez son los mismos, que esos callejones son tan viejos como sus miradas penetrantes.
Por la noche habíamos quedado con los amigos: Sonia, Fernando, Cristina, Teresa y Josep para cenar en un local elegante “for guiris”, donde presentaban espectáculo de la danza del vientre.
Lo pasamos muy bien, aunque no veíamos lo que comíamos a la luz de las velas pero si lo que bebíamos. Cayó una botella de vino tinto entre los dos. Mientras, en el escenario, los hombres hacían bailes de sospechosa languidez de manos y las mujeres movían sus caderas incansablemente como el Re-play de las jugadas de gol y haciendo tan felices a los hombres como ídem. Eso sí, los trajes y abalorios que llevaban eran de cuento, bellísimos como sus cuerpos….
Luego, la vuelta al barco, la quietud de las luces en la noche turca, nosotros dos muy juntos, sentados en primera fila en el autocar, el puente Gálata sobre el Bósforo, toda la ciudad brillando como el “Diamante de la cuchara” , mientras un enamorado guía de este lugar nos confesaba : “He recorrido 72 ciudades. Pero Estambul lo tiene todo”.
Entonces Manuel me susurró al oído: “Dijo Napoleón que si el mundo fuese una sola nación, su capital sería Estambul”.
Carmela